viernes, 3 de diciembre de 2010

RECORDAR A MIGUEL HERNÁNDEZ

“Recordar a Miguel Hernández, que desapareció en la oscuridad, y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y tan luminosos como el muchachón de Orihuela, cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía, sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. Y este fue el hombre que aquel momento de España destinó a la sombra. ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdos, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!
Muchas cosas he dicho sobre Miguel en mi poesía: que este nuevo recuerdo en esta fecha de vida y muerte memorables sean una línea más de la carta que le escribo, como si no hubiera pasado nada, como si aún estuviera en alguna parte, cantando, silbando y riendo. Líneas de una carta interminable que seguiré escribiéndole hasta que su canto me responda, nos responda, luminoso y victorioso.”

PABLO NERUDA
París, septiembre 1960.

Eran, estas, palabras del poeta chileno Pablo Neruda, escritas en septiembre de 1960, en París, al poeta oriolano Miguel Hernández, fallecido en el encierro de una cárcel alicantina en marzo de 1942. Neruda, el de los veinte poemas de amor y una canción desesperada, el que confesaría “haber vivido”; el que residió en la tierra; escritor y embajador que en 1971 obtuviera el Premio Nobel de Literatura de la Academia Sueca de las Letras; que falleciera en 1973, el año del golpe de estado chileno, del asalto a la Casa de la Moneda y del vil asesinato del presidente y compañero Salvador Allende. Esta carta, la dedicada a Miguel Hernández, aparecerá publicada en España ese año en la revista Triunfo.

Había sido escrita en 1960, con motivo del cincuenta aniversario del nacimiento de Miguel Hernández. Cincuenta años después de entonces, en 2010, cumplida ya la centena, esta carta, sus líneas, cada una de sus palabras, las hacemos nuestras, nosotros ahora, en este espacio.

“Cultura y Compromiso en Murcia: Homenaje a Miguel Hernández”. Este es el título de las Jornadas que se inauguran hoy en el Casino de Alcantarilla.

En 1971, en el discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura, Pablo Neruda recordó la célebre frase del poeta francés Arthur Rimbaud: “solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres”. Esa ardiente paciencia es la que nos ha guiado hasta aquí, y es la conquista de esa ciudad lo que todos albergamos: “luz, justicia y dignidad” para todos los hombres, “cultura y compromiso” como pilares elementales.

Estas jornadas se inauguran hoy con la presencia del poeta lorquino Pedro Guerrero Ruiz, profesor de la Universidad de Murcia y consejero de Cultura y Educación durante la I Legislatura, con Andrés Hernández Ros como presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia. De cuando “cultura” y “educación” no eran las palabras huecas y carentes de significado que conocemos hoy en la Región, traicionadas en aras de la posmodernidad y de un falso sentido estético, donde compromiso y ética brillan especialmente por su ausencia.
Entre 1982 y 1984, la Consejería de Cultura y Educación asumió, bajo la dirección de Pedro Guerrero Ruiz, el traspaso de funciones y servicios de la Administración del Estado en materia de juventud, deportes y promoción sociocultural, así como en materia de Bellas Artes, Patrimonio Histórico-Artístico, Música, Teatro y Cinematografía y Libro, creándose, por ejemplo, el Sistema Bibliotecario de la Región de Murcia, con la finalidad de integrar y favorecer la cooperación entre las diversas unidades bibliotecarias que existían, e impulsando al mismo tiempo la creación de diversos Centros de Lectura.
Previamente, como Concejal de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Lorca, promovió en 1979 la declaración como Parque Natural Regional de la zona Lomo de Bas-Calnegre, aunque finalmente sólo pudiera considerarse como espacio protegido. Una lucha todavía en boga hoy en día por salvaguardar un espacio mítico: ese Cabo Cope, porque tenga a su alrededor, y en palabras de Pedro Guerrero, “un poco de tierra y un pedazo de playa en estado verdaderamente natural”, ya que, como nos recuerda el profesor y poeta, “dicen que por allí, por donde se ve el mundo, se baña en el Mediterráneo este saurio gigante que es el Cabo, cuando todo duerme”. Por ese mismo Cabo, cinco años antes, en 1974 se había movilizado, junto a sus amigos Paco Rabal, Pedro Costa y Mario Gaviria, para impedir, con gran éxito, la instalación de una central nuclear en la Marina de Cope.

Pedro Guerrero, poeta. Que en 1970, en plean dictadura franquista, en la más honda raigambre de la poesía social, herido por el rayo hernandiano, osara publicar sin seudónimo alguno un primer poemario titulado "Los Versos de Pedro Pueblo", cuyo primer poema iba dedicado a Gabriel Celaya, diciendo así:

Y cuando muera

dejar algo que crezca y perdure

poema cálido, fecundo verso,

la palabra;

obra inmortal

hacia el mañana.

Más hoy, ¡qué difícil ser poeta,

qué dura profesión de nada!

Me sajaría los ojos

por una sola línea de esperanza.

"Blanquizares de Lébor", "Memoria de la luz", "Cumbre del pájaro herido" y "Levedad de la ceniza" resultan los títulos de sus otros poemarios: "Cumbre del pájaro herido", cumbre a la que todos ascendimos de la mano del poeta y guiados por el prólogo y sentir de Paco Rabal; cumbre donde encontramos claras resonancias del lamento hernandiano, como en el poema "Si yo pudiese":

Si yo pudiese ver siempre tus ojos.
Si tus brazos sellaran a mis huesos.
Si tu acento viniese hasta mi queja.
Tu lengua tiene la humedad de una mañana.
Si en el alma de tu alma me esparciera.
Si en la sombra de tu luz yo me quedase.
Si en el aire de tu paso me aplacara.
En tu boca se calman mi sed y mi fatiga.
Si pudiese decirte mi alegría.
Si supieses, amor, si lo supieses.

Tiempo nos faltaría para cantar sus excelencias como poeta y también como profesor; sin tiempo nos quedaríamos también para enumerar las que posee como compañero y ciudadano, para hablar de lo que para él significaron y significan las palabras "educación", “cultura” y “compromiso” -que nos convocan en la tarde de hoy en Alcantarilla-: humanista y ecologista confeso, amigo y devoto de Rafael Alberti y de nuestros Eliodoro Puche y José María Castillo Navarro; Ícaro constante -leal, sincero, cómplice, honesto y singular-, Pedro Guerrero, compañero, guerrero y cabal, es, por infinidad de razones -y para cuantos le conocemos, admiramos y respetamos-, una voz que escuchar, compañía que buscar, presencia que anhelar: el faro que se ansía encontrar en la noche más oscura y en la más amarga, la mano amiga siempre tendida y abierta. Esta tarde contaremos con su presencia para hablar de Miguel Hernández, el poeta oriolano. Para recordarle, como exigía Neruda: para recordarle “a plena luz”, “a paletadas de claridad que lo revelen”.

Que nuestro recuerdo hacia Miguel sea así una línea más en esa carta que comenzara el poeta chileno Pablo Neruda y que leímos al inicio de esta presentación. Recuerdo a recuerdo, palabra a palabra, de acto en acto, habremos de convertirla en una carta interminable en espera de esa respuesta de Miguel, colmada de luz. Una carta cuya escritura acomete ahora Pedro Guerrero, una escritura plagada de luz y de luces, henchida de amor y de vida.

María Dolores Adsuar Fernández
2 de diciembre de 2010

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